No sé si me dedico a ser payaso. Me dedico a ser padre. Estos días hacen que exista muy poco trabajo. Así que aprovecho el tiempo para disfrutar de mis hijos, mi pareja, para protegerlos y cuidarlos.

Trabajo en el mundo empresarial. Doy conferencias de cómo transformar un espacio que para algunas personas es una obligación en un estado de placer, un estado de enamorarse de lo que haces. Saber que todo trabajo es como un estado de amorío, como las flores: un poco de belleza, un poco de espinas. Es como el cuento de la princesa que besó a un sapo y lo convirtió en príncipe. Si lo transformó es porque estaba enamorada. O sea, nadie puede besar una mierda babosa verde y transformarla en un príncipe. Seguro estás enamorado. A mí me enamora el hacer. O sea, detenerme me desenamora totalmente.

Yo he vuelto a nacer un montón de veces. La última fue cuando después de separarme, volví a enamorarme. Eso fue así como ¡qué vaina tan de pinga! Vos sabés que yo de chico era fanático de un equipo de fútbol argentino, y yo sabía que estaba enamorado de una chica porque entre lo que sentía por el equipo y lo que sentía por la chica ¡tremenda vaina! Hasta que nació mi hija y la vaina fue otro peo. Creo que no hay mayor estado de enamoramiento y de frustración que los hijos.

En una vuelta, estaba volviendo de Ecuador a Argentina, llevaba como tres años mochileando, y un amigo me dijo “Marico, déjate de joder y de hablar de otros lados. O sea, tú no encuentras el lugar acá en Argentina, vete a buscar tu lugar en el mundo”. Y así me fui. Llegué a Venezuela, a un lugar al que no quería ir porque no me interesaba. Porque todo lo que tenía era Miss Venezuela, un presidente militar, y sus cantantes eran El Puma Rodríguez y Ricardo Montaner. ¡¿Qué iba a ir a hacer a Venezuela?! Y, bueno, me enamoré perdidamente de Venezuela, de su gente, en especial de Caracas, del Ávila, del caos y de su forma de ver el mundo, de su forma de saludar, de que no tienen nada pero te brindan todo. Acá estoy. Para mí Caracas tiene el estado de la primavera argentina. Caracas tiene el estado enamorado.

Yo no soy alegre. Los estereotipos son solo estereotipos. Y los payasos son personas y, como cualquier persona, tienen demasiados peos en la cabeza. Nada es completamente un estado de felicidad, sería brutal, pero no existe. Los pequeños sacrificios son parte de los estados de felicidad. Cuando estoy jugando con mi hijo estoy tripeando un montón, pero cuando me tengo que parar a las cinco para prepararles el desayuno y después llevarlos al colegio a las seis, no está tan buena la vaina.

La alegría es un estado natural del ser, me gusta eso de que se puede perder de vez en cuando. Hay gente que la encuentra de vez en cuando, y es terrible eso. Es como una pena. Yo tengo una obligación de tripearme la vaina. Es así como: “marico ¡¿para qué me desperté si no voy a tripearme la vaina?!” ¡¿Entendés?! La felicidad es como un estado egoísta porque cuando uno hace feliz a otro, es feliz. Si haces feliz a tu pareja y se lo está tripeando es de pinga que se lo está tripeando. Cuando tú haces lo imposible por hacer feliz a tus hijos, estás haciendo el amor también. Estás amando a tus hijos y haces lo imposible porque ellos sean felices.

Mis hijos son fundamental, mi familia es fundamental. Eso hace que me levante con ganas. Yo estoy desesperado por vivir, siempre quiero más tiempo, quiero hacer mil cosas y el tiempo nunca me alcanza. Estoy demasiado comprometido, pero me dicen “¿quieres hacer tal cosa?” Sí, sí, yo lo hago. Luego estoy en un peo brutal que no sé cómo vivir. Ahora estoy aprendiendo a tener tiempo para las cosas importantes. Antes tenía tiempo para las cosas que me podían resaltar, dar plata, y no para las cosas importantes.

Yo llevo años formándome y deformándome como payaso. El payaso son los puntos de extremo de una persona. Las emociones de verdad son como puñaladas, no tienen verdades a medias, y eso es un payaso.

Escritura:
Dayani López
Fotografía:
Camila Ayala
Lugar:
El Cafetal, Caracas
Fecha:
13.6.2017
La felicidad es como un estado egoísta porque cuando uno hace feliz a otro, es feliz.
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