La primera vez que toqué con la Gran Mariscal de Ayacucho fue un momento muy feliz en mi vida. Llegué a esta orquesta durante ese período que viven muchos jóvenes, ese momento negro. No estaba tocando en ninguna orquesta, solo daba clases, una amiga me dice que me vaya para el núcleo donde ella estaba, y allí conocí al primer trompeta de ese momento, que era el director del núcleo, hice un feeling muy chévere.

Cuando toqué con ellos tenía dos años sin hacerlo y yo sentía que no tenía el nivel musical para afrontar el reto. Fue en la Sala Ríos Reyna, que para mí, es la mejor sala que tiene Venezuela, y en ese momento fue como: ¡Epa! Esto es lo mío, estoy de principal en una orquesta principal. De esa sala salió otro Ludwing.

Yo fui de esos chamos que estuvieron en todo: fútbol, natación, karate, béisbol. Me acuerdo que el primer día que me llevaron a una práctica de béisbol, me llevé un carrito en el bolsillo, todo el mundo tirando pelota y yo, jugando en la tierra. De una, descartado.

Un día estaba con unos compañeros que vivían por mi casa, uno de ellos tocaba percusión y me invitaron a un concierto, me gustó. Entré al núcleo de Propatria y me di cuenta de ese feeling tan sabroso entre los chamos. Tenía once años cuando comencé con la música. Le dije a mi mamá: méteme aquí a ver si me quedo. Audicioné en el coro y quedé. Nunca me gustó cantar pero luego de un mes conocí a un profesor con el que inicié el clarinete. Él estaba dándole clases a un chamo, tocaba el Concierto de Mozart, el más emblemático. Recuerdo que me quedé viendo la clase, todo emocionado. Ahí fue cuando me enamoré del clarinete. Mi instrumento es una parte de mí.

Me gustaría ser parte de un todo. De algo muy grande y espectacular, como una nebulosa o una supernova, algo muy poderoso. Me identifico con esa explosión de energía porque más allá de lo que es, es lo que cambia. La energía cambia todo. Una energía puede cambiar a una persona, puede destruir algo, o transformarlo. La energía de una persona con otra, la energía que emana algo. Todo se mueve por las energías. Por eso yo creo que siempre hay que dejarle algo positivo a los demás.En todas las orquestas en las que he tocado, siempre encuentro una familia, una familia de verdad. Conocí a mi primera segunda familia en los chamos con los que empecé a tocar. Es muy bonito hacer música con la gente que uno quiere, es lo mejor que hay. Somos grandes amigos, estamos unos con los otros, ellos están para mí y yo para ellos. Son un gran apoyo y una vía de escape a todo lo que pasa afuera. Para mí la amistad es muy importante, si son buenos amigos se convierten en familia. Es esa vibración que todos tenemos de que vamos al mismo sitio.

Escritura:
María Vallejo
Fotografía:
José Pecorari
Lugar:
El Conde, Caracas
Fecha:
17.5.2018
Mi instrumento es una parte de mí.
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