Yo nací en la Maternidad Concepción Palacios, en Caracas. Allá vivimos doce años, por Nuevo Horizonte. De ahí nos vinimos para Oriente. Aquí continué un poquito con mis estudios, pero al final no fui un estudiante de esos profesionales, ni siquiera terminé la primaria. En aquellos tiempos las cosas eran duras, sobre todo con mi papá, él era muy fuerte de carácter. Le hacía una marquita al lápiz con el que ibas a escribir en la escuela y, ¡ay si tú regresabas y no traías ese lápiz gastao! Ya sabías que eso era castigo seguro. Así era con todo. Si yo me portaba mal en el colegio, me castigaban. Para ir a las fiestas nos daban solamente una o dos horas de permiso, y si yo llegaba más tarde... ¡bueno! Eso era fuerte.

A veces, como castigo, me ponía casi una hora arrodillao sobre unas chapas en el patio de la casa. En la escuela la maestra también era muy dura con uno, si nos veía corriendo te agarraba la mano y ¡tácata!, te pegaba con una regla. ¡Uy! ¡Eso dolía de más!

Mi papá y mi mamá nos criaron con mucha disciplina, de ahí vienen los valores míos. Después uno termina agradeciéndolo. Aunque al momento, en la juventud, uno lo ve como si le cortaran las alas. No lo veía como un bien, sino como un mal. Uno quería agarrá y salí corriendo, irse lejos. Por esas cositas, esos detalles, comencé a trabajar desde pequeño y con el tiempo se me fueron olvidando los estudios. Estando aquí en Oriente me dediqué a la agricultura y a trabajos de construcción.

Después conocí a la gente de la Hacienda que me contrataron para hacerle un pozo, un aljibe. Así iba y venía. Poco a poco fui agarrándole amor al trabajo, aprendí a manejar el tractor y me quedé fijo en la empresa.

En este trabajo lo que hay es amor, paz. Aquí le han dado otra visión a lo que es una empresa. Todos compartimos y somos compañeros de verdad. De mi parte está el compromiso con mi labor, y apoyarlos en lo que pueda, tanto en las buenas como en las malas. Todo lo que hago trato de hacerlo lo mejor posible. Siempre le pido a mi Dios y a mi virgen para que todo me salga bien. Porque la confianza no te la regalan de un día pa’ otro. Uno se la tiene que ganar. Y perderla es lo más fácil que hay. Al mínimo error, ahí se fue, y cuesta recuperarla.

Después de que salgo del trabajo, cuando llego a mi casa, enseguida corre a abrazarme y saludarme una de mis hijas, la chiquitica, Milagris: ¡Papi, papi!, ¡¿qué me trajiste?! Y junto con ella viene Pedrito, un sobrinito que se la pasa aquí en la casa. A ese lo saludo con la mano y enseguida ¡raqui! Me lo montó en la espalda. Después me pongo a revisar que todo esté bien, y si algo está dañado me pongo a repararlo, que si el ventilador o la cocina.

Otras veces, cuando llego, mi esposa Marcolina y mis hijas están en el rancho, que queda detrás de la montaña. Entonces suelto el bolso, agarro mi machetico y me voy pa’ allá. Eso lo construí yo con mi esposa. Veíamos esa montaña y entre los dos empezamos a meterle el pecho. Hacen ya tres años que lo levantamos. La idea de nosotros era empezar a cultivar. Ahora mis muchachas, cuando pueden, van también y me ayudan. Agarran maicito o una yuquita, y de ahí sacan la verdura. Con eso comemos. Así es aquí: del suelo al consumidor. No hay que estar dando vuelta pa' allá, vuelta pa' acá. Y como mi papá tiene el terreno al lado, muchas veces trabajamos juntos para cosechar, y cuidamos la siembra.

Mi familia es lo principal para mí. A cada una de mis hijas les dedico tiempo. Cuando estaba recién nacida nuestra primera bebé, Milagros, vinieron los estrasnochos, que si sacarle los gasecitos, o atenderla si lloraba, darle la comidita. Teníamos que repartirnos las labores. Marcolina y yo nos sentamos a hablar, y le digo que no es bueno cargarse de muchachos, porque después se dificultan las cosas, vienen los problemas, y uno no puede atenderlos bien. Si ahorita uno tiene un muchachito y al año siguiente el otro, ya se pierde el darle ese calor al primero, que todavía le hace falta.

Después vino Milaidys, otra bendición. Y cuando nos habíamos puesto de acuerdo para que Marcolina se ligara, quedamos en estado de Milagris, la más pequeñita. Pero entre cada una esperamos el tiempo suficiente para cuidarlas bien. Y ahí están. Ellas son mi todo. Son mis princesitas.

Yo tengo mis ojos puestos en mi familia. Saber que soy un pilar para ellas es algo que me llena de fuerza. Y el amor que me dan. Ellas son mis guías, si ven que hago algo malo, me lo dicen y así lo puedo corregir. A mis muchachas yo las he criado diferente. Eso lo converso con mi esposa. No todo tiene que ser puro estudio nada más. Uno también tiene que distraerse un ratico, relajarse, echar un chistecito… ¿verdad? Sin embargo, a toditas me gusta enseñarles con el ejemplo. Explicarles el por qué de las cosas para que entiendan, y poder llegar al consenso.

En mi casa compartimos el trabajo en equipo. Yo les respeto la opinión de cada uno. Les respeto sus decisiones, porque la opinión mía no es la única que vale. Eso mismo lo llevo al trabajo. Para mí es importante hacer las cosas en conjunto, y si algo no funciona, entre todos le damos la vuelta para buscarle la solución. Cada quien aporta su idea y resolvemos. Sin tener que amargarse por eso. Porque al final, si te pones a ver “todo eso es de ahí”. Esa es mi frase. Siempre se lo digo a la gente.

Pero ¡ve! Si por ejemplo uno va en la carretera y al carro se le espicha un caucho, para qué vas a malgastar tiempo en molestarte o en agarrá una rabia. Hay que calmarse, porque tarde o temprano ese caucho se iba a espichar. Eso tienes que esperarlo, porque “todo eso es de ahí”. O sea, tarde o temprano iba a pasar y no vas a ser el único al que le pase. A veces cuando estoy con los muchachos en los tractores y se rompe una pieza, ellos primero se molestan, y yo les digo, pero si “todo eso es de ahí”. ¿Qué se le va a hacer?, hay que ponerse a repararlo y más nada. Y ellos dicen: “ya vas a venir tú con eso”. Pero esas son cosas que uno saca así pues, de la vida, sin saber.

De aquí, de Oriente, me atrapó el amor a la naturaleza. Cuando voy en el carro para la playa, o estoy aquí mismo en la casa, me detengo un momento a contemplar esos atardeceres románticos, cuando el sol ha perdido su voltaje, se va poniendo con esos colores anaranjados, y empieza a anochecer. También me siento en el patio con mis hijas a ver la luna llena cuando viene saliendo enorme y comienza a alumbrar. Eso me llama mucho la atención. A veces me gustaría transformarme en uno de esos paisajes que uno ve aquí.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Susana León
María Milián
Lugar:
Guasimal, Sucre
Fecha:
10.3.2018
A veces me gustaría transformarme en uno de esos paisajes que uno ve aquí.
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