Recuerdo el olor de mi mascota, quien fuera mi mejor amigo desde que estaba muy pequeño y hasta diecisiete años después. En él veía un ser incondicional, que nunca se molestaba conmigo y siempre me esperaba con ansias. Formé un vínculo especial con los animales. Mi madre decía que era por la promesa que hizo a San Francisco; ella no lograba concebir, así que le pidió al patrón de los animales que la ayudara, deseo concedido: nací yo, de ahí mi nombre.

Estando un poco más grande comencé a rescatar perritos en situación de calle. Identifiqué entonces el primer problema social al cual quería darle solución. En cierto momento estuvieron bajo mi cuidado hasta cinco cachorros abandonados, gastándome toda mi mesada en su manutención. Mi disposición para ayudarlos creció cuando me trajeron media decena de perritos más “¡¿Cómo los voy a mantener?!”, pensé. En ese instante me di cuenta de que no estaba generando impacto verdadero, sabía que debía hacer más, atacar los problemas desde la raíz. 

Ingresé en la universidad, en Ingeniería Mecánica. Siguiendo los pasos de mis padres que tenían esa mentalidad de: “gradúate, trabaja y vive tranquilo”. En cierto momento me di cuenta de que no estaba en mi lugar, que la Ingeniería no era lo que yo quería. Por aquél entonces estábamos atravesando la época de la recesión del año 2008. El tema económico estaba en la palestra, descubrí aún más problemas sociales, sobre todo a nivel educativo: muchas personas luchando por ingresar a la universidad para luego darse cuenta de que no era lo que buscaban o esperaban. 

Me inscribí en distintos programas de emprendimiento y liderazgo juvenil. En esos días mi hambre por hacer cosas buenas no hizo más que crecer. También noté que el sistema educativo era obsoleto, diseñado para la época de la revolución industrial. Para estos tiempos que corren, la educación debería ser más personalizada, ya que los talentos florecen bajo ciertas condiciones y éstas no están siendo dadas en ninguna de las casas de estudio del país. Nace entonces una idea: una escuela donde cada quien tuviera libertad de escoger qué quiere aprender y cómo quiere hacerlo, un proyecto al que hoy llamamos Bloxie

Esta idea fue creada bajo la inspiración de personalidades que representaban el cambio y la innovación, entre otros, como Nelson Mandela. Desde entonces decidí que apostaría por las inversiones en capital humano, inversiones a largo plazo. Quiero seguir generando impacto positivo con las herramientas que tengo; formando profesionales que disfruten de su proceso educativo y que al aplicarlo en sus áreas, continúen esa línea de innovación y repliquen los valores que transmitimos en cada clase.

Uno de los mensajes que busco enviar a través de las clases de Bloxie es “el fracaso como herramienta de aprendizaje”. De las maneras más efectivas de evolucionar e innovar; aprender de los errores que cometemos. A través del fracaso podemos descubrir quiénes somos y lo que nos gusta.

Sin duda alguna volvería a vivir esta vida una y mil veces. Soy una persona muy católica, por lo que suelo preguntarle a Dios, “¿Cuál es mi misión?” La respuesta que obtengo no puedo transmitirla con palabras, simplemente siento que estoy en el lugar correcto.

Escritura:
Andrés Piña
Fotografía:
Elizabeth Hernández
Lugar:
Los Palos Grandes, Caracas
Fecha:
13.2.2018
Sin duda alguna volvería a vivir esta vida una y mil veces.
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