Soy nativa de Cumaná pero mi familia se mudó a Paria cuando yo tenía ocho años. Todas las tardes, cuando volvía de la escuela, veía a las niñas entrar y salir del Ateneo que queda a cuatro casas de la mía y donde daban clases de ballet y danza tradicional. Yo soñaba con usar el uniforme de ballet y un día me decidí a entrar a una clase. Fui sola, sin pedir permiso, y al volver le dije a mi mamá que me inscribiera en ballet clásico. Era lo que yo quería. 

Cuatro años después uno de los instructores de danza seleccionó a cuatro bailarinas de ballet para el montaje de una coreografía que se presentaría en un festival. Entre esas cuatro bailarinas estaba yo. 

Al principio me costó agarrar el ritmo. De las zapatillas a los tacones de zapateo en joropo llevé muchos regaños porque tenía la estructura clásica y me faltaba soltura en los brazos y rapidez en el faldeo, pero en pocos meses comencé a amar también la danza. 

Siento un amor distinto por ambas disciplinas, ellas a la vez definen mi carácter y forma de ser. Con una reflejo mi parte estricta y precisa, con la otra la soltura, picardía y libertad, así soy yo: fuerte, disciplinada pero muy alegre. Es así como estos dos mundos tan distintos se convirtieron en un solo ritmo en mi vida; ese que me traería hasta aquí.

Cuando subo al escenario como bailarina clásica asumo un papel fuerte donde incluso la sonrisa se trabaja. La danza es más libre, hay más movimiento, sonrisas, picardía, más sabor y soltura. Pero sin duda lo maravilloso es hacer la función perfecta en cada disciplina. 

Hubo una época en la que viajaba mucho entre mi pueblo y Puerto La Cruz. En las competencias conocí a un coreógrafo que me invitó a su escuela. El trato era que yo diera las clases de ballet mientras él me daba clases de danza. Se acercaba un festival y me dijo que quería que representara al Estado Anzoátegui y que tendría que competir con mis excompañeros de El Pilar. Fue así como competimos en Caracas y el Estado al que fui a representar ganó todos los premios, en cambio mi Estado Sucre no obtuvo ningún reconocimiento. Fue como darle la espalda a mi familia. Sentí que había traicionado a mi grupo de siempre, tener el premio en mis manos me descolocó emocionalmente, eso marcó un antes y un después en mi vida. Me hizo crecer.

Dios me dio luz, me dio un momento para brillar y vivir ese instante. Puso oportunidades en mi camino pero también me dejó una enseñanza: primero está lo de nosotros. Por eso estoy aquí y lucho por ello. 

A los 16 años comencé a dar clases a las más pequeñas de la escuela y hoy esas niñas son mi motor. Son mi responsabilidad, mi satisfacción y orgullo. Cada función en la que se presentan son dos escalones hacia arriba o medio hacia abajo, y la exigencia dentro de mí la pongo en ellas. 

Si me voy, este grupo se viene abajo porque fui la única que quedó en la escuela. Si decido dejarlo se acaba. He tenido la oportunidad de irme del pueblo y hacer vida en otros lugares pero una de las razones por la que permanezco son las niñas. A través de la danza les enseño valores como la responsabilidad, el respeto, la disciplina. Hasta los ganchos que usan para el peinado representan compromiso y orden. Entender que un ensayo es más importante que una fiesta con amigos y una salida a la playa con la familia es solo una muestra del nivel de compromiso que asumen las niñas, que adquirimos todos los que entramos en este mundo. 

No trabajo por cumplir con una tarea sino porque me gusta, al pisar el salón se me olvida todo lo demás y no solo doy clases sino que vivo a través de ellas. Si volviera a nacer haría, sin duda, lo mismo que hago en este momento. No perdería tiempo en repetirlo. Siento que estoy en mi lugar y me hace feliz todo: mi pareja, mi hijo, mi trabajo y mis amigos. Todo esto es la plenitud.

La vida es un baile hermoso lleno de disciplinas y enseñanzas. Hay que disfrutarla y vivirla porque en cualquier momento la música se acaba. A veces ese baile dura bastante y otras veces dura solo tres minutos. Cada segundo cuenta. 

Hay piezas cortas que exigen mucho y piezas a las que se les teme por ser largas, así es la vida. Yo no le temo a nada, ni siquiera a la muerte, y esa es mi fortaleza. Estoy preparada tanto para lo bueno como para lo malo porque creo en mí misma y en mis decisiones. La mejor ha sido, sin duda, permanecer en este mundo de ritmos. Aquí hay talento y yo apuesto por lo nuestro. Nuestros valores y nuestra cultura. 

Escritura:
Beatriz Müller
Fotografía:
Gerardo Orozco
Susana León
Lugar:
El Pilar, Sucre
Fecha:
10.3.2018
La vida es un baile hermoso lleno de disciplinas y enseñanzas. Hay que disfrutarla y vivirla porque en cualquier momento la música se acaba.
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