Mi papá se llama George, y me colocó por nombre Geohanna, un nombre único. Desde pequeña, así como mi nombre es distinto, mis padres me enseñaron a que hiciera las cosas diferente a los demás, y que siempre siguiera mi voz interior.

Elegí como vocación el trabajo con seres humanos. Siempre me gustó escuchar y prestar atención al otro. Era la confidente de mis amigas, con frecuencia me colocaba en sus zapatos. Desde entonces entendí que cada uno tiene una realidad distinta. Soy psicóloga, y para mí esta es una profesión de hormiguita, avanzas y retrocedes. Debes creer en tu labor y al mismo tiempo ayudar a que el paciente crea en sí mismo, paso a paso. 

Se trata de saber escuchar, para mí lo central del escuchar es que realmente te importa la persona que está frente a ti, y como te importa entonces quieres indagar más a fondo y tratar de entenderlo. Cada paciente cuando llega a consulta es como un pabilo enrollado, al que uno empieza a desenredar poco a poco, y luego lo guías y ayudas en dar un orden a ese hilo de su vida. Para lograr ese trabajo necesitas hacer conexión con esa persona. Yo hago un mapa mental de cada paciente, veo cómo engrana una situación con otra. Uno es como un detective que va buscando pistas, guiado por la intuición, la experiencia clínica y la teoría. Me apasiona mi trabajo, sin ese condimento y motivación sería muy gris la vida.

Mientras estudiaba la carrera en la universidad, pensaba: “¿trabajar con niños?... ¡No creo!”. Estando en tesis de pregrado, por medio de la tutora, se nos dio la oportunidad de trabajar en el Hospital de Especialidades Pediátricas de Maracaibo, en el Servicio de Oncología. Al comienzo yo no estaba muy motivada a trabajar con niños con cáncer. El personal del área nos decía: “hagan visitas, entren a las habitaciones, conozcan a los niños”. Pero en ese primer contacto con los niños, fui descubriendo un quehacer que disfrutaba, y en el que me sentía cómoda. Al principio es impactante ver a los niños sin cabello, con retinoblastoma, una lesión muy común y evidente; o cáncer de hueso, común en los adolescentes, que implica deformación física o pérdida de una extremidad. Al paso de los días te vas familiarizando con esa realidad, vas conociendo un poco más de cada uno. Aprendes a ver al ser humano más allá de lo que físicamente te está mostrando, pasas el velo de la enfermedad. Descubres a un ser humano que tiene nombre, que está pasando por un momento difícil y necesita ayuda. Y si uno sabe que tiene la capacidad y una serie de herramientas para que su vida sea un poco mejor ¿por qué no hacerlo? Se trata de un encuentro con el ser al desnudo, espontáneo y natural. La experiencia de trabajar con ellos me ha hecho una persona más humana. He entendido que esa es mi misión de vida. Seguir aportando desde mi práctica e investigación a estos pacientes, en especial a los niños y adolescentes que son con quienes más trabajo, es lo que siento. 

La gente cree que yo llego solo a “jugar”. Detrás de la actividad lúdica, lo que hay es el redirigir la atención del niño y disminuir la ansiedad que le produce el tratamiento. Son actividades diseñadas para distraer, con el fin de lograr que su ánimo no se vea tan afectado por las circunstancias y lo que rodea al tratamiento oncológico. Cuando los pacientes se involucran con la actividad, al día siguiente te reciben con la pregunta, “¿qué vamos a hacer hoy?”.

Cada paciente te ayuda a ver la vida desde otra perspectiva. Todas las preocupaciones se vuelven insignificantes ante la realidad de esos pequeños guerreros. Son chamos que están luchando por vivir. Trabajar con ellos es un recordatorio de lo que es importante en la vida, tan sencillo como eso. Toda su vida se transforma, ya no van al colegio, es más el tiempo que permanecen en un hospital, asistiendo a terapias y tratamientos que tienen sus consecuencias; ya no pueden compartir con otros niños de su edad. Aún así, con las herramientas que aplicamos, mientras están siendo atendidos, podemos verlos reír, jugar, conectarse con la actividad y, en su mayoría, logran responder positivamente. Dentro de lo que la enfermedad permite, ellos comienzan a sentirse, emocionalmente, bien. Me impacta la actitud de lucha con la que los niños responden ante todo lo que implica la enfermedad. Hasta los más pequeños, porque aunque no hay consciencia plena de lo que están padeciendo, saben que hay algo que no está funcionando bien en ellos.

Trabajé con muchos pacientes que no lograron vencer a la enfermedad. Manejar el duelo es difícil. Al comienzo sentí que llegaría a quebrarme, pero siempre hay alguien esperando para que lo ayudes. Sabes entonces que hay que continuar. Lo que me sostiene es la tranquilidad de haber ayudado a incrementar su calidad de vida. Al final la enfermedad la veo más como un reto, y te cambia la forma de ver la vida.

Mi aporte es mi pasión por el trabajo. Dar desde lo que sé y lo que no sé, rastreando las respuestas del paciente para poder generar bienestar y una mayor adaptación. Siempre estoy pensando en cuál es la mejor forma de ayudarlo a trascender el dolor. Intento que el proceso en general sea lo menos doloroso posible, tanto para el paciente como para el familiar que lo acompaña. Nunca es suficiente lo que uno hace, sigo en la búsqueda de herramientas para mejorar sus condiciones de vida. Investigo, me cuestiono, implemento. Nuestro trabajo es servir, dar un servicio fundamentado sobre las bases de procesos metodológicos y de investigación, con resultados llevados a la práctica.

En el hacer he descubierto la pasión por mi vocación. Si miro hacia atrás y veo a la Geohanna adolescente que eligió este camino, le diría que la felicito, y que siga aprendiendo del otro. Con el tiempo he comprendido que uno nunca va a controlar ni a saberlo todo, siempre debes dejar espacio, esa hoja en blanco que vas a ir llenando con el día a día, con cada vivencia, no solo en lo profesional, sino también en tus creencias, en lo personal. 

La experiencia me ha ido mostrando hacia dónde debo ir. Organizar el trabajo para saber cuáles son los posibles caminos que debo tomar para mejorar la situación o aportar algo cada vez mejor y con resultados contundentes. Aún nos falta mucho como sociedad, en especial dentro del sistema hospitalario, a nivel mundial, para reconocer al ser humano como un todo. No se trata solo de atender la salud física del paciente, sino también su salud mental y emocional, complementos esenciales para su recuperación. Es esa la razón que me inspira a seguir investigando; y a poner en práctica la metodología que permite ayudar al paciente a obtener mejores resultados desde su cuerpo integral durante el proceso de su enfermedad.

Escritura:
Mariana Maneiro
Fotografía:
Susana León
Lugar:
La California, Caracas
Fecha:
11.6.2019
Uno nunca va a controlar ni a saberlo todo, siempre debes dejar espacio, esa hoja en blanco que vas a ir llenando con el día a día, con cada vivencia.
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