No hay nada más hermoso para mí que poder regocijarme en los recuerdos de mi infancia. Aún puedo escuchar las voces de mis amigos cuando jugábamos en el río. Saltábamos disfrutando del sonido de los pájaros que se movían entre las ramas de los árboles. 

Mi infancia fue hermosa y llena de muchas aventuras. Tuve la suerte de disfrutar mi niñez. Cuando dejé de ver, recuerdo que tenía siete años, lo último que pudieron ver mis ojos fue el sol prendido en llamas de tanta luz. Fue la despedida más sorprendente que haya podido vivir. Me acuerdo de todos y cada uno de los detalles de mi niñez. 

No dejé de ver por accidente, fue más bien un intercambio que la vida tuvo para conmigo, porque a cambio de poder ver me dio el regalo de poder conocer la música, de estudiarla. No sólo de escucharla sino de sentirla en todo mi ser. La música llegó a mí cuando era niño, me dio la oportunidad de hacerme fuerte, cada día, a través de los diferentes instrumentos que por necesidad decidí aprender. 

Conozco el piano, la mandolina, el cuatro, la guitarra y varios instrumentos más. Me apasiona poder conectarme cada día con la música porque a través de ella puedo comunicarme con muchas personas. Cuando interpreto una canción siento que me puedo expresar a través de ella. Mis oídos se convirtieron en mis ojos, manos y piernas. Mi fuente de energía, con ellos aprendo a reconocer errores de sonido en la música, técnicamente, me hacen corregir lo que no está bien en alguno de los sonidos con los que me toca trabajar.

Estoy seguro de que si de niño no hubiera perdido la visión no habría podido aprender todo lo que sé hasta ahora, quizás no podría escuchar tan bien como escucho. Quizás no sería músico. 

Lo afirmo con total certeza, lo mejor que me ha pasado en la vida es haber sido el niño que fui.