Me monté por primera vez en un avión a los 14 o 15 años, cuando mi hermano ganó un campeonato de Tap mundial. Fuimos con mis padres a Nueva York. Ahí me encontré con todo un mundo distinto al que conocía. Después siguió un viaje con una amiga “a dedo” yendo a Suiza a un congreso al que fuimos invitadas. Un chico con mucho dinero nos llevó un tramo. Yo tenía prejuicios con gente tan distinta a mí, pero él nos abrió su corazón y nos dejó conocer mucho de su intimidad. Eso me sorprendió. Nos terminó dando 150 francos para que tomáramos un tren a nuestro destino final.

Mucha gente me decía que Venezuela es muy peligrosa y Caracas es muy fea, no vayas nunca ahí. Pero cuando llegué aquí tuve la suerte de encontrar gente muy bella, de arte, que me abrieron las puertas en Nuevo Circo, Unearte y Pisorrojo, donde estudio y me permiten trabajar en la danza.

Antes hacía circo, y el circo, es: “¡ah, mira lo que puedo hacer!”. En cambio la danza va mucho más allá de la forma. Me abrió los ojos a un nuevo mundo que me nutre y hace crecer.

Mis padres son profesores de baile. Tienen mucha disciplina. En Venezuela también hay disciplina, pero es mucho más humano. Acá hay mucha más expresividad de lo femenino, cuando la gente se mueve en la calle, autobús, metro, es más fluido. Y como sienten la vida y están en el mundo es algo que asocio con la feminidad. Todo es más vivo, está en movimiento. Hay más cercanía con el otro, uno camina por la calle y siente el contacto, aquí no te sientes solo nunca. En cambio en Eslovaquia es mucho más rígido y todos curvados viendo el celular, no hay tanto movimiento. En invierno sale el sol a las nueve y se va a las cuatro. Es frío y puedes pasar siete días sin ver el sol aún siendo verano. Para mí ha sido mucha la enseñanza en Venezuela, todo es tan diferente que me llevó a descubrir “quién soy yo”, y ese ser es muy distinto del cómo me criaron. Es parecido a aprender otro idioma. Las expresiones son otras, y al utilizarlas te descubres siendo y estando en otro sistema, dándote cuenta de “¡ah ok, puedo ser sociable!”. 

Me siento centrada. No necesito viajar, porque ya lo hago en mi clase de danza. Ese es mi día a día, ir a Unearte con mi profe, Carlos Penso, y danzar. Ahí me entiendo, me encuentro conmigo misma y con el otro. La comunicación con el otro cuerpo, estar bailando juntos, puede ser más profunda que usando las palabras. Es otro lenguaje, el movimiento es íntimo. Con palabras, puedo decir algo que no es verdad, pero con el cuerpo no.

Venezuela me da seguridad, me siento abrazada. Gracias a la gente que encontré en este país veo y encuentro seguridad en mí. El peligro en Venezuela es real, algo te puede pasar. Pero esta realidad me empuja a buscar paz y seguridad en mí misma.

Miedo hay en todos lados, pero es bueno no tener miedo al miedo. Hay miedo en teatro antes de salir a escena, o al volver en bici a las doce de la noche, o la idea de no ver más a los amigos que amo. Pero es parte de la experiencia. Tengo una maestra y amiga, Aisha Salem, ella habla de cómo expandir nuestro potencial y salir del ego. Sentir, dejar pasar y no juzgar. Esas palabras me acompañan en mi proceso, y siento que me guían en mi búsqueda de la libertad. Estoy muy agradecida de ser y estar, no creo que haya escape y ser otra cosa. 

Escritura:
Mariana Maneiro
Fotografía:
Azalia Licón
Lugar:
San Bernardino, Caracas
Fecha:
26.5.2017
Es otro lenguaje, el movimiento es íntimo. Con palabras, puedo decir algo que no es verdad, pero con el cuerpo no.
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