En una experiencia de voluntariado que tuve en Brasil mi visión de la vida cambió por completo. 

Trabajé con niños con cáncer a través de una fundación asociada a la Universidad Santa María de Rio Grande do Sul. Jamás había estado tan cerca de personas con esa enfermedad, mucho menos con niños. Uno los ve tan inocentes, pero ellos, a pesar de que algunos tenían conciencia de su enfermedad, seguían igual de contentos, felices. Ese nivel de aceptación que tenían de su realidad me pareció tan impresionante que me hizo conectarme con la humildad, porque uno a veces se queja de tanta tontería ¡Hay tanta gente pasando por tantas cosas!

Un día, una de las niñas del centro médico se me acercó emocionada con una peluca hecha de estambre, diciéndome: “¡mírame, tengo cabello!”. Ellas pierden el cabello por los tratamientos de su enfermedad, entonces había una señora que les tejía pelucas de estambre. Bueno, eso me conmovió tanto que enseguida salí y me corté mi cabello largo, que yo adoraba, y lo doné todo para que le hicieran una cabellera a la niña. Me llenó muchísimo de satisfacción verla a ella tan alegre, tan contenta, fue algo muy bonito.

Una semana antes de venirme, pasé por la primera tienda de tatuajes que vi y me mandé a hacer en la espalda las tres palabras que en la fundación siempre recitaban en una oración, y me dije: “yo me llevo esto conmigo”. Era mi primer tatuaje, esas palabras son: ‘Serenidad’, para aceptar las cosas que no pueden cambiar, ‘Coraje’, para cambiar aquellas que sí se pueden, y ‘Sabiduría’, para reconocer la diferencia.

Yo siento que volví de allá como una persona totalmente diferente. Conocí gente de todas partes del mundo. Uno aprende a vivir sin prejuicios, o sea, ahí te encuentras con gente de todas las razas, de todos los colores, orientaciones sexuales, ideológicas, políticas, de todo. Rompes inclusive con eso de los pudores personales, porque a veces nos tocaba dormir a todos en un mismo cuarto y, en cierto punto, te dabas cuenta de esas fronteras innecesarias que uno se crea frente al otro, entonces se desvanecían.

En ese viaje descubrí la hendidura por la que podía salir de mi cascarón, porque antes me costaba mucho socializar, era muy tímida, pero allá tuve que hacerlo, sí o sí, y además hablar otros idiomas: portugués, inglés y hasta rumano. Ahí parapeteábamos todos los idiomas como podíamos, pero con eso fui derribando esa barrera que uno se arma sola, eso ya no existe para mí. Desde ese entonces he aprendido a abrirme más a las personas, sin prejuicios. No sabía que podía, y ahí lo aprendí.

Para mí, todo entendimiento se resume en no juzgar de antemano lo que la otra persona dice o piensa, sino más bien estar dispuesto a escuchar lo que tiene que decir. Abrir nuestra mente y darle la oportunidad de expresarse y darse a entender, y luego, con respeto, uno tomará la decisión de cuáles cosas acepta y cuáles no.

A pesar de venir de una familia católica siempre he tenido mi propio criterio, muchas veces contrario a la tradición, y he aprendido a defenderlo, inclusive hasta siendo juzgada por eso. Toda esa diversidad de creencias, al final, termina siendo una búsqueda de uno mismo.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Arnaldo Utrera
Lugar:
Country Club, Caracas
Fecha:
13.3.2017
Todo entendimiento se resume en no juzgar de antemano lo que la otra persona dice o piensa, sino más bien estar dispuesto a escuchar lo que tiene que decir.
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