Me crié en el barrio El Estanque, en Coche, donde no teníamos mucho pero no nos faltaba nada. Mi mamá estaba ahí encima de nosotros, mis tres hermanos y yo, cuidándonos de lo duro que siempre ha sido vivir en Coche. Y en la música mamá encontró la forma de que nuestra vida fuera otra.

Nos inscribió en el núcleo del Sistema, en La Rinconada. Al principio no quería ir a las clases. Me acuerdo clarito, cuando llegaba la hora de salir: “Vámonos, Alejandro. ¡Vámonos y te vas así! Te vas así mismo como estás” me decía mi mamá cuando nos tocaba ir. Y ese así era en pijama y en cholas, porque me hacía el dormido. “¡Que vuelva a pasar para que tú veas!”

Y así empezamos. Pasaron los años y ya después sí iba con ganas. Siempre pienso en qué hubiese pasado si mi mamá no me hubiera obligado a irme a las clases de música, porque veintisiete años después, ahora enseño a los niños del núcleo de Sarría, y en la orquesta donde toco soy el más antiguo.

En el 97, a los 18 años, entré aquí. Fue difícil y de casualidad, porque era muy joven para entrar en una orquesta profesional, eso no era común. La gente normal entra a los 25, por ahí. Y aquí descubrí ese gusto por dirigir. Lo mío es el violín y lo es desde los nueve años, pero transmitir mi visión en el momento en que estoy dirigiendo, me encanta. 

Un compañero del núcleo de La Rinconada me llama un día y me dice: “Vente, que necesito que me ayudes”. Me fui y cuando llego, se supone que me quedaba un momentico. Pensando en qué hacer, me puse a hacer escalas con los chamos. Y en un “aguanta aquí que ya vengo”, me dieron una batuta. A las tres semanas, dirigí un concierto. Con 28 años, dirigí hasta a gente de 60. Y desde ese entonces vengo asumiendo la responsabilidad de dirigir. Y eso sí que es una cosa seria: mantener la concentración de todos mientras todo fluye, al tiempo que le transmites seguridad a la orquesta.

Además de dirigir frente al maestro José Antonio Abreu, con ese señor ahí viéndote mientras uno hace cosas que nunca antes había hecho, otro de mis mayores retos es pensar en mudarme de país. Tengo este temor de no estar con mi familia, lejos de la orquesta, mi gente, mis compañeros. Este nuevo plan significa dejar todo eso. Pero nada, los retos de frente, como siempre. Es como sentir esa adrenalina antes de los conciertos, o cuando te toca dirigir. Al final del concierto el maestro te felicita, después de los nervios y de darlo todo en el escenario. En este reto también voy pa’lante, esa es la satisfacción de enfrentarlos.

En la música, cuando uno empieza a tocar, se pasa el suiche. Uno puede estar muy agobiado, pero esto te pone a enfocarte en otra cosa. Y hacia eso siempre hay que llevar al alumno, a hacer su mayor esfuerzo; incluso cuando está dando lo mejor de sí, y uno lo sabe, impulsarlo siempre a ser aún mejor. Así hizo conmigo mi vieja Nancy, y aquí estoy. Si no me lo propongo, no hubiese logrado llegar hasta aquí. Ese es mi grano para mí mismo. Formar músicos que ahora son unos virtuosos y unos grandes en las orquestas, gente de bien y con valores, es mi grano de arena para el país.

Escritura:
Ana Luisa Ces
Fotografía:
Gustavo Mendoza
Lugar:
El Conde, Caracas
Fecha:
18.5.2018
Formar músicos que ahora son unos virtuosos y unos grandes en las orquestas, gente de bien y con valores, es mi grano de arena para el país.
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