Yo he sido irregular en todos los episodios de mi vida; no me gradué en el tiempo en que tenía que graduarme. Cuando estaba en sexto año de medicina me faltaban tres meses para graduarme y decidí irme a la lucha armada. La situación no era muy clara y se me ocurrió, cosa de la cual no me arrepiento nunca, militar en el partido comunista. 

Me crié en una casa en donde éramos dieciséis a la mesa. Mi madre y la madre de mis primos murieron con tres meses de diferencia. Entonces quedaron dos viudos con ocho hijos, las hermanas de ellos que estaban solteras, y una tía. Se mudaron a una casa grande en donde hicimos una familia tribal. Bueno, decíamos que yo era irregular ¿no? ¡Ajá! Pues empezó por ahí. Esa es una gran irregularidad.

Vine a militar formalmente en el partido comunista cuando estuve preso, y a raíz de eso estuve siete años fuera de la Medicina. Cuando vino la pacificación yo me reincorporo a mi carrera. Humanamente, la experiencia carcelaria es una escuela. Una gran escuela. Ahí tú te haces un experto en conocer a la gente. Después te das cuenta de las potencialidades que tiene este país en su gente, y de todo lo que es capaz un venezolano por naturaleza.

La cárcel me dejó la experiencia de que cuando la gente se organiza y saca lo mejor de sí, hay que temerles. Cuando los guardias nos descubrieron, estábamos haciendo un túnel de 142 metros que tenía 9 metros hacia abajo. ¿Sabes cómo lo hicimos? Cavando y escondiendo la tierra en latas donde le llevábamos pan a las gallinas de una pollera que teníamos, ahí la botábamos. Y todo eso fue fríamente planificado durante los siete años que estuvimos ahí, en la Isla de Tacarigua. Fueron cuatro intentos de fuga. Siempre estábamos maquinando algo.

Antes de eso estuve dieciocho meses en el fortín El Vigía, en el Litoral, ahí hicimos tres intentos de fuga, yo creo que por eso nos trasladaron a la isla porque quizás sospechaban que estaba el túnel. Nosotros hicimos un túnel con los tipos rodeándonos y haciéndonos requisas dos veces al día. ¿Ustedes no han escuchado la canción de navidad del tucusito?: “Tucusito, tucusito, llévame a cortar las flores... Vuela, ¡tan, tan, tan!, Vuela, ¡tan, tan, tan!...”. Bueno, poníamos eso a todo volumen y entonces cada vez que sonaba el tambor, nosotros golpeábamos: “lara rira lala ri ra ¡tan, tan, tan!... lara ¡tan, tan, tan! lara ¡tan, tan, tan!”. Así abrimos el hueco en el suelo y ahí empezó el túnel. Y todos los días, al terminar de trabajar, se tenía que frisar. Para eso teníamos un compañero que era latonero, el mejor latonero del mundo, que sabía mezclar pinturas y esas cosas. Bueno, él preparaba unos tintes que se secaban rapidísimo, le poníamos tres ventiladores, luego unas baldosas y la litera encima.

Una vez nos tiraron una requisa fuera de horario y esta gente estaba trabajando, pero estos eran ya veteranos. El hueco estaba abierto cuando oímos que la puerta de hierro suena “¡Tra, tra, tra!”. Yo dije, “¡coño!, nos agarraron”. Yo ni siquiera volteé. Abren la puerta y veo que pasan los dos primeros guardias, y los mismos que estaban trabajando, en cuestiones de segundos, habían puesto un cajón al hueco, un paño arriba, armaron un juego de dominó y estaban discutiendo sobre una jugada. Ahí mismo todo el mundo entró en escena. Yo me quedé asombrado de la chispa del venezolano. Otro día que entraron, también de improviso, uno de nosotros llenó un saco de azúcar que teníamos para echarle al café, lo abrió por abajo y lo montó sobre la losa. Cuando el guardia lo agarró y vio que el azúcar se empezó a botar, lo volvió a bajar. Ni se le ocurrió que ahí estaba el túnel. Y ¿sabes cómo hicimos una vez para ocultar el azúcar en una huelga de hambre? Como los bombillos eran de esos blancos, los llenábamos de azúcar y los encajábamos otra vez. Eso era oro en una huelga de hambre. 

En la cárcel había de todo: malandros reivindicados, gente que entró sin saber leer ni escribir, y ahora muchos de ellos son profesionales. Nosotros logramos que el Ministerio de Educación nos reconociera la educación ahí, y así salieron muchachos bachilleres.

Los jesuitas me educaron con un sentido de responsabilidad social muy firme y me enseñaron a comprometerme con un recto destino del país. Yo en mi vida siempre he tenido recta intención, y recta intención es hacer lo que siento que debo hacer. Creo que a través de una educación que tenga la solidaridad humana como pilar fundamental es que podemos transformar este país y su sociedad. 

Escritura:
Dayani López
Fotografía:
Camila Ayala
Lugar:
El Cafetal, Caracas
Fecha:
13.6.2017
Creo que a través de una educación que tenga la solidaridad humana como pilar fundamental es que podemos transformar este país y su sociedad.
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